Se apoyan tantas varas sobre este manzano que se diría, de lejos, que el tronco tiene mayor perímetro.
Mónica Fernández-Aceytuno
	Mónica Fernández-Aceytuno
		La preciosa imagen de un flamenco y su pollo es de Juan Antonio García Delgado, y nos sirve hoy para ilustrar lo que escribí sobre el curioso fenómeno cromático que se da en las balsas de las salinas donde se alimentan los flamencos.
Gracias por participar.
EL AGUA SALADA SE VUELVE ROSA
En las salinas de Santa Pola, en Alicante, el agua de algunas balsas se ha vuelto rosa. Sin embargo, los flamencos que comen aquí durante el día tienen muy poco que ver con este fenómeno cromático que podemos observar en las aguas hipersalinas.
Porque los flamencos lo único que hacen es comer los pequeños crustáceos que son capaces de vivir en aguas con más sal que el mar. Claro que también los flamencos tienen las patas rosas, y que con ellas remueven el fango, pero el color de sus patas no es capaz de teñir de rosa el agua. Tampoco sus plumas coberteras, que también son rosas.
Y, además, estos flamencos que se ven sin bajarse del coche desde la Nacional 332, a su paso por Santa Pola, comen en las balsas que aún no son rosas y algunos ni siquiera duermen aquí, y vuelan cada noche hasta trescientos kilómetros a su colonia de cría, para regresar al día siguiente.
Desde el departamento de Biología Vegetal de la Universidad de Barcelona, el doctor Camba, confirma que las salinas se vuelven rosas cuando la vida es casi imposible en ellas y sólo viven unos microorganismos –Chromatium thiocapsa – que poseen pigmentos purpúreos y asalmonados que le dan ese color al agua.
Por eso, cuando ayer salió el sol después de varios días de levante, el agua de las salinas de Santa Pola, de tanta sal, se ha vuelto rosa.
                      Mónica Fernández-Aceytuno
                      ABC, Jueves 17-7-1997
                      Fondo de Artículos
                      de la Naturaleza de
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Mónica Fernández-Aceytuno