Rue Lepic, Montmartre, Paris Domingo, 10 de marzo de 2019…
NATURALEZA. Entrega nº 1
Rue Lepic, Montmartre, Paris.
Domingo, 3 de marzo de 2019
Son las cinco de la madrugada y aún no ha amanecido.
No sé por qué me despierto tan temprano, cuando no tengo que madrugar. La panadería Gontran Cherrier no ha abierto. La veo desde aquí, sus persianas negras bajadas, las que dan a la calle Tourlaque, donde vivió Toulouse-Lautrec. Cuando visité su museo en Albi, jamás pensé que viviría en la misma calle que él. Ni que me haría una casa en el lugar de una parroquia de una aldea gallega, donde al final pasé veinte años, habiendo nacido en el desierto.
Cómo se va del desierto del Sáhara a Madrid, y de ahí a Zamora y de nuevo a Madrid, para acabar veinte años en una aldea remota de Galicia, tras pasar por Alaska y viajar por buena parte del mundo, para estar ahora aquí, en París, a las cinco de la mañana, esperando que abran una panadería para comprar croissants, es algo que nunca sabré, pero que a mí, me ha sucedido.
Me gusta esta casa. Tiene muchos inconvenientes, y también ventajas, empezando por la portera, que me vigila desde los visillos de la entrada que dan a un espejo donde me miro antes de salir, entre unas plantas que se dan en un gran macetero de mármol, hecho a los pies del espejo. Nunca he sabido cómo se llaman estas plantas que hay en casi todas las porterías, de hojas enteras y de un verde muy oscuro que siempre me hacen dudar si son de verdad o de mentira. También hay una pequeña calabaza de cuando celebraron los difuntos y que ahí sigue, sobre la tierra, viendo el pasar de los vecinos.
Las macetitas de madame Lafayette, casi todas ya florecidas, duermen también de noche aquí, en la entrada de la portería. El día lo pasan a la luz del sol, en la ventana que da a la calle Lepic. Este mimo con las plantas, lo quisiera para nosotros. Estamos alquilados con un contrato de un año pero nos trata como si estuviéramos de paso. Aborrece las plataformas de alquiler por semanas, y la entiendo. Pero me gusta que la casa tenga portera. Tiene todo limpísimo. Desde muy temprano, se oye el aspirador por la escalera. Nosotros estamos en un primero. El edificio tiene ascensor pero no llega hasta aquí porque se conoce que mi casera no pagó cuando lo hicieron. No importa. La escalera es tan bonita que no me molesta subir por ella. Giran los escalones en hélice alrededor de una vidriera pintada de flores. La belleza hace que todo merezca la pena.
Está a punto de amanecer.
Algunas ventanas del edificio de enfrente se han encendido.
Desde no sé muy bien dónde, silba un mirlo.
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Continuará…
© Mónica Fernández-Aceytuno, 2019
Foto: Fachada de la rue Tourlaque, Montmartre, Paris, 3 de marzo de 2019