LOS SECRETOS DEL MAR

LOS SECRETOS DEL MAR

Cuando dejas la playa coruñesa de Razo, el sonido de las olas te persigue por el camino de regreso, como el vaivén del barco cuando ya has pisado tierra. Al que ve esta playa por vez primera le asalta la sensación de plenitud ante el mar abierto, mientras bendice para sus adentros ese viento del noreste que no ha dejado a casi nadie construir cerca de la orilla, siguiendo ese principio no escrito de que la mejor conservación de la naturaleza es la que la propia naturaleza ejerce sobre sí misma.

En Razo este aire constante hace volar las olas y también la arena blanquísima y seca creando dos horizontes: el horizonte azul del mar y un horizonte desdibujado de la arena que vuela a ras del suelo como una gaviota. A lo lejos, se ve a veces a un señor que pesa y a una señora que anda, y nunca se sabe muy bien de dónde ha salido esa señora, ni en qué momento inició su tarea el señor de la caña, porque entre la bruma de las olas y la bruma de la arena, que es toda la misma bruma del infinito, parecen señora y pescador personajes de una fotografía: todo lo que no es en Razo de color azul o blanco, resulta irreal, ficticio, como si en la playa rota de soledad y de abandono, el pescador y la señora hubieran sido dispuestos por un fotógrafo en su día melancólico.

Al que, ante este panorama, se atreve a sentarse en la orilla durante horas, arremolinado, eso sí, con su toalla como un ovillo, tendrá la impresión no sólo de haber sido engullido por la escena de una foto, sino de que el mar está a punto de revelarle a él sólo todos sus secretos. Se diría que en cualquier momento va a asomarse entre las olas una ballena franca de los vascos, o que una tortuga marina quedará ahí varada después de bucear medio mundo de agua. De ser así, sólo lo vería el que estuviera frente al mar a esa hora.

De no haber estado también en la noche del 27 de julio esa pareja que alquila hamacas en la playa almeriense de la Vera, y que decidió quedarse a dormir en la playa ante el vandalismo que estaban sufriendo con sus hamacas de colores, nadie se habría enterado de que una tortuga boba salió del mar, y realizó una puesta de huevos. Quizás no es la primera vez que sucede, ni la última, a juzgar por el número de capturas acciddentales de tortugas marinas que se producen todos los años en nuestras aguas: 20.000 ejemplares, casi todas en los palangres de pez espada y de atún, según ha informado Julio Valeiras, biólogo y coordinador del grupo de trabajo de tortugas marinas de la Sociedad Española de Cetáceos, y que da una idea de lo abundantes que son las tortugas bobas en el Atlántico y el Mediterráneo. Sin embargo, ésta es la primera noticia en muchos años de una puesta de huevos de tortuga en las playas de la península.

Ahora no hay puesta más vigilada en el mundo….no quiero pensar lo que puede suceder si algún huevo eclosiona este fin de semana. La probabilidad es muy baja teniendo en cuenta que sólo llega al mar una tortuga de cada mil huevos de puesta, pero, aún así, a uno le da la impresión de que en vez de estar todos mirando hacia la arena que cubre los huevos, habría que empezar a turnarse, a pensar en pasar las horas esperando, como los dueños de unas hamacas, día y noche, a que el mar desvele todos sus secretos.

Yo, desde el último párrafo, he ido a Razo y he vuelto, y un correlimos pasó volando, y dos delfines saltaron junto a mis hijos, que hacían surf en la orilla.

Mónica Fernández-Aceytuno

B Y N Semanal, 16-9-2001

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