GERANIOS

LOS GERANIOS

Los geranios que se regalan prenden mejor que los que se plantan para uno mismo porque ese tiempo que pasa el esqueje en un cubo de agua, o envuelto por el aire, le hace desear más la tierra.

Así empieza todo en los pueblos: alguien planta un esqueje de geranio, y por la fuerza del ejemplo, de ver los balcones florecidos del que vive enfrente, se establece, de mano en mano, la mejor competencia que puede haber en un pueblo, que es la competencia por la belleza. Si no fuera por los geranios, parecerían pueblos abandonados, tomados por los vencejos sobre el azul del cielo, volando a ras de los tejados, entre las fachadas de arena y de adobe, de cuyas puertas cuelgan cortinas de cuentas de colores para que no pasen las moscas, aunque estén las puertas abiertas. Nadie entra ni sale, pero hay geranios en los balcones: alguien riega de noche las plantas.

Aguantan bien los geranios nuestros veranos porque proceden de Sudáfrica, ya que los verdaderos geranios son los discretos geranios silvestres que se dan en los ribazos y en los terrenos incultos, y estos geranios que cultivamos son en realidad pelargonios, que es una palabra de etimología griega que quiere decir cigüeña, porque sus frutos recuerdan al pico de esta ave.

De la bandera española, me contaron que recordaba el oro y la sangre. Pero veo cómo se marchan los soldados al Líbano y se despiden enseñando la bandera en la escalerilla del avión antes de embarcarse. Sonríen. Y entonces quiero creer que, el oro, es el tinte dorado de la yerba de la gualda que está hoy floreciendo en los caminos, y el rojo no es el rojo de la sangre, sino el rojo de los geranios en los balcones.

Mónica Fernández-Aceytuno

ABC, 9-7-2009

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