NIEVE

Sale humo del río, del frío que hace.

Una garza se marcha con esa lentitud que tienen las garzas, con el cuello entre los hombros de las alas, al emprender el vuelo, primero sobre la nube de vapor que flota sobre el río, para luego remontar por los alisos, de los que mi suegro me contó que había quien colgaba de cada rama un anzuelo, y allí los dejaban todo el día, y después iban a ver las ramas que estaban dobladas por el peso de alguna trucha.

Lo de las urracas que caen dormidas, ya lo he escrito, que era también en estos alisos del río donde sabían que iban a dormir de noche las pegas, las picazas, las urracas, blancas y negras, tan listas pero que, cuando se duermen, caen como sacos al suelo si se agita el tronco del árbol en cuyas ramas están durmiendo.

Así ha caído la nieve estas noches, mientras dormíamos, para que al día siguiente todo pareciera distinto. En principio, se diría que la nieve todo lo iguala, pero a poco que nos fijemos, lo que hace en realidad es destacar qué distinta es cada cosa, sobre la que ha caído. Cada árbol deshojado acumula la nieve de una manera diferente, por lo cual se aprecia mejor la forma en la que se bifurcan sus ramas, al tener una línea blanca sobre cada una de ellas. También los troncos apilados en el camino para que el camión se los lleve al aserradero, oscuros como ataúdes, con su capa blanca de nieve, parece que han resucitado.

Sobre el río y su bruma cae la nieve que se va derritiendo desde lo alto de las copas y, aunque el cielo está azul y despejado, se diría que está lloviendo, como cuando enciendes la chimenea en la casa, y al calor del humo que sale por el tejado, parece, mirando por la ventana, que llueve.

Pero no es lluvia, sino el dejar de ser de la nieve.

Mónica Fernández-Aceytuno

ABC, 5-12-2010

Aceytuno.com

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