Una comida feliz

Una comida feliz

Si un millonario arruinado decidiera abrir un restaurante con lo poco que le quedara, y en su pobreza se hubiera reconvertido en cocinero y poeta, al conocer por fin en su desgracia lo más hermoso de la vida, fundaría un restaurante como el que hay junto al faro de José Ignacio, al lado de un puesto de caracolas, casi tocando el océano y las ballenas y el vuelo de los ostreros, en la República Oriental del Uruguay.

El restaurante se llama “Los Negros” y tiene todo lo eterno que puede haber en lo provisional. Su construcción rústica se olvida en cuanto se da la vuelta a su vajilla de palacio, o cuando el tejado de cañizo sirve en trizas la luz del sol, sobre la mesa, mientras el aire llega desde el mar diciendo, respira, respira, que aún no has muerto.Con las olas incansables siempre al fondo, hay dispuestas efímeras flores silvestres y frescas, ya en jarras de cristal con agua, ya en platos de loza, para dar de comer al alma.Y libros de poesía en el idioma en el que fueron escritos los versos, que se escapan de las páginas y se posan, con letra inglesa, en el dintel de la puerta, en el marco de la ventana, o en el tiro de la chimenea, con el nombre del autor y la fecha, como si el que los hubiera leído no pudiera guardalos ya para sí.El poema “El remordimiento” de Borges, ocupa toda una pared, y se lee nada más entrar:”He cometido el peor de los pecados/ que un hombre puede cometer. No he sido/ feliz. Que los glaciares del olvido me arrastren y me pierdan, despiadados. /Mis padres me engendraron para el juego arriesgado y hermoso de la vida, para la tierra, el agua, el aire, el fuego./ Los defraudé. No fui feliz. Cumplida/ no fue su joven voluntad. Mi mente se aplicó a las simétricas porfías/ del arte, que entreteje naderías./ Me legaron valor. No fui valiente. No me abandona. Siempre está a mi lado/ la sombra de haber sido un desdichado.”

Junto a un faro y un puesto de caracolas, comiendo pescado en caja de hierro con cubiertos de plata, un grupo de amigos conversamos y reímos hasta las lágrimas. Y escribo esto para que conste en acta que la felicidad es un instante. En “la eterna desventura de vivir”, abrimos un claro y, sin remordimientos, fuimos felices.

Mónica Fernández-Aceytuno

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Al fin encontré este artículo, que andaba perdido, del que hablé a unos amigos hace unas semanas, a propósito de Borges.

Hoy escribí que las palabras son las únicas aves que vuelan por el tiempo.

A veces, vas a buscarlas y resulta que han volado no se sabe adónde.

Pero aquí están, las palabras de UNA COMIDA FELIZ, posadas sobre el papel de nuevo, para leérselas a mis amigos Isabel y Gonzalo, cuando vengan a cenar la semana que viene.

Buenas tardes,

Mónica

Ostreros (Haematopus ostralegus) / Aceytuno

Ostreros (Haematopus ostralegus) / Aceytuno

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