TARABILLA

LA TARABILLA

En sólo dos horas, ha salido el sol cinco veces tras la lluvia. Desde mi galería veo cómo una tarabilla se cierne si hace sol; se posa, si llueve.

Cada vez que se eleva un metro sobre la tierra este pájaro que no será más grande que un jilguero, de cabeza negra y cuerpo pardo y algo de blanco el cuello, se parece a un cernícalo suspendido en las alas del viento. No quiere la tarabilla esos insectos de saldo, rotos, de la hierba cortada, sino el insecto vivo y volandero que busca el néctar de las flores recién nacidas, y en los brazos del aire lo estoy viendo dejar correr el tiempo hasta un minuto antes de lanzarse sobre la pieza, siempre con el sol de frente, para que su sombra no lo delate. Y así todo es un cernir: la flor sobre el pasto, el insecto sobre la flor, el pájaro sobre el insecto, y el sol sobre el pájaro.

Es un vocablo antiguo el de tarabilla, aplicado a la mujer parlanchina y también a la cítola de los molinos, esa tablita de madera que avisa a los molineros haciendo un ruido parecido al canto que emite este pájaro posado en la rama más débil, un “bit-tra-bit” que celebra esas bendiciones que envía, de vez en cuando, y a la vez, el cielo: que hace sol y que llueve.

Mónica Fernández-Aceytuno

ABC,Lunes 17-4-2000

Fondo de Artículos

de la Naturaleza de

www.aceytuno.com

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