Antonio Tabucchi

Ha querido la casualidad que sea en un bar donde he venido a enterarme de la muerte de Tabucchi.

Todo lo que me rodea son ruidos de cubiertos, recién lavados, que es cuando los cubiertos hacen más ruido, como si estuvieran contentos de verse limpios. También suenan los platos y las ambulancias que por la puerta abierta, pasan, mientras la televisión sigue como si nada con sus anuncios, ajena a todo lo que sucede en este bar donde dos hombres conversan aquí al lado.

De la novela de Tabucchi, “Sostiene Pereira”, me acuerdo precisamente del bar donde iba a comer todos los días una “omelette” a las finas hierbas, porque la portera de la casa de Pereira, con quien no se llevaba muy bien y que le hacía las veces de asistenta, le dejaba para comer una chuleta fría. De tal manera que a nosotros, lectores, no se nos olvidaba, ni se nos olvidará jamás, lo bien que sabía, leyéndola, esa “omelette” a las finas hierbas.

También la soledad del personaje colonizaba nuestros huesos para que sintiéramos lo que es estar sólo en el mundo como Pereira, hablando con el retrato de la difunta esposa. Qué novela. Puede que sea una de las que más me haya gustado leer en la vida. Recuerda un poco, por su brevedad, a esas novelas de Albert Camus que con cuatro frases te hacen sentir el calor y el sol de la calle, o la umbría de un portal cuando entras.

Están escritas desde la imaginación, y hablan de tú a tú con la nuestra, como si el lenguaje de la imaginación fuera no sólo anterior al de la escritura, sino más profundo, de tal manera que así como las cosas importantes que nos suceden primero hay que imaginarlas, también tiene el escritor que imaginar antes lo que va a narrar para que nosotros jamás lo olvidemos. Porque cuántas cosas habré leído yo después y sin embargo aún recuerdo “Sostiene Pereira”, y aquel trabajo suyo de escribir necrológicas por adelantado en un periódico.

Llevo esta novela tan prendida en mi imaginación que cuando una vez, hace ya algunos años, me pidieron una necrológica sin haber aún fallecido el personaje, me acordé de “Sostiene Pereira”. Creí que esto sólo sucedía en esa novela pero resultó que era verdad, que se escriben las necrológicas por adelantado. Quizás se podría medir la importancia del personaje por el número de folios que se tienen ya guardados para publicar, los primeros, en cuanto fallezca. Como buitres, pensarán que somos los que escribimos sobre los difuntos, pero esto no es cierto, porque el buitre no quiere nada que aún tenga un aliento vida, pero sí seríamos peor que los buitres si nos lanzáramos a escribir sobre la presa sin haber muerto.

¡Cuántas cosas aprendimos del periodismo con Pereira! Que a lo mejor no es otra cosa que contar lo que está sucediendo.

Por aquí ahora barren el suelo, mientras caen sobre las aceras las semillas verdes y volanderas de los olmos.

Mónica Fernández-Aceytuno

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