SIN VACACIONES

SIN VACACIONES

Me gustaría volver unos días al mundo de los que escriben mientras viven. Dejar esta migración del pensamiento que es el escribir y que te lleva tan lejos que da igual que eches el ancla en tu casa, a veces en plena cocina mientras susurra el caldo, porque no estoy aquí cuando escribo, como si viajara hasta las nubes.

Quisiera tener el otro lado de lo que cuento: hoy es uno de esos días en los que no caben más cantos de pájaro en el aire, hace sol, y los campos se aran para sembrar el maíz cuyos granos, antes de llegar a la tierra, pasean por las leiras, las tierras de labor, en cubos de colores. A veces tengo la tentación de pedir que me den a mí otro cubo para echar un grano de maíz a cada paso, en línea recta.

Pero no me atrevo. Y veo en otoño a la madre de Manuela, de casi noventa años, subida a la escalera, y como mucho espero a que baje con el cesto de varas de castaño lleno de uvas negras, y miro, y escucho decir a Eliseo que ya está bien, que hay que dejar algo para los pájaros. Son trabajos sagrados. Sé que por mucho que escriba nunca le hablaré a los sarmientos como hizo José hace unas semanas cuando vino a podar y a dirigir la vida de esta parra que parece querer crecer a su aire. Llegó José cargado de mimbres, y ya en lo alto le dijo a las ramas que ataba: a ti te voy a poner hacia aquí, y a ti un poco más derecha, no te vayas a tronzar; si se fuerza demasiado un sarmiento, sale un líquido claro como el agua.

Hoy lo que salen de las parras son los pámpanos verdes y el aire huele a flor de manzano, por eso quisiera estar ahí fuera y notar esa fuerza que parece traer estos días y que hace, de un grano de maíz, una gramínea más alta que cualquiera de nosotros, donde se sientan los cuervos cuando empiezan a muñequear las mazorcas.

Desnudan a veces los corozos, y sólo valen ya para el fuego. De noche no son los cuervos negros, sino los pequeños ratones de campo los que van al maizal. La primera señal de su visita se queda en las hojas envainadas de la mazorca despeinada, aunque resulta aún más curiosa la huella que dejan en los granos de maíz maduros y secos, porque se comen sólo el blando embrión de la semilla, de tal forma que tallan con los dientes, en cada grano de maíz, una media luna de cuento.

Y también parece de cuento la manera que tienen los gorriones de comerse los campos de trigo porque siguen un orden: primero se comen las semillas más bajas, más cercanas a la tierra, y después van subiendo espiga arriba; y espiga y pájaro se mueven con el viento. Bajo el peso de los gorriones se rompen a veces los tallos y, cuando se van, se ve en qué lugar del campo hubo gorriones volando con el trigo.

Como el sol cuando se nubla en la galería, que se va, pero no del todo, porque guarda su calor entre los cristales mientras escribo, mientras quiero unas vacaciones, aunque sólo sea para llevar un cubo azul lleno del maíz que echar a cada paso. Pero las palabras llegarán con el viento del noroeste, y con el del sur, y hasta de noche con la luz de la luna; y ¿cómo voy a tener vacaciones si donde voy escribo con el pensamiento?¿Cómo voy a dejar de escribir si mientras duermo sueño con esas palabras que no escribiré nunca?.

Lugar de la vida

Blanco y Negro

ABC, Mayo 1999

Mónica Férnandez-Aceytuno

Aceytuno.com

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