SAN JORGE

LA PLAYA DE SAN JORGE

La playa de San Jorge es una de esas playas donde hay que ir con un pañuelo en la cabeza para que los dedos del viento, siempre algo torpes, no te enreden el pelo.

Hacía esta semana un fortísimo viento del norte que entraba por el mar, y peinaba también la arena, que corría hacia las dunas con sus rapidísimos e infinitos pies de granos blancos.

Las dunas estaban todas florecidas, de nombres que en su mayoría desconozco, es tal aquí la variedad de flores…malvas, blancas, algunas verdosas y llenas de un líquido pringoso como la lechetrezna, y había también cardos marinos de esos que la gente robaba y casi diezma tan sólo porque predicen el tiempo según la posición de sus brácteas. Daban estas dunas para un herbario.

Desde el restaurante Claudina se ve toda la playa, que es tan hermosa y tan perfecta, con su horizonte en el mar, y su otro horizonte de montes verdes dando casi toda la vuelta, con el cabo Prior al fondo, y la primera línea de playa tan despejada como la última. Es difícil ver hoy en día una playa como ésta.

De ella me habló Gonzalo Torrente Ballester hace ya muchos años y sus palabras se me quedaron grabadas, literalmente grabadas pues las tengo en una cinta, diciendo que esta playa y la Doniños eran “una playas preciosas”. Empero, hasta ayer no fui a San Jorge, y casi nos perdemos porque aún no hos hemos acostumbrado a la traducción simultánea de los topónimos y al leer la indicación, al poco de pasar Ferrol, de “praia de San Xurxo” creímos que nada tenía que ver con la que buscábamos.

Mientras tomábamos la especialidad de la casa en Claudina, que son unas zamburiñas con pimentón y pimiento, mirábamos desde lo alto de la playa, que parecía desierta, hasta que nos dimos cuenta de que la gente estaba escondida en las hondonadas que hacían las duna y de allí salía de vez en cuando un niño, y la madre tras el niño.

Es la playa más hermosa que he visto en mi vida.

Nunca creí que llegaría a mirar, estando yo ya entrada en años, la playa en la que jugaba de niño Torrente Ballester, y que, como si el tiempo no pasara y los granos blancos de arena estuvieran detenidos, se nos hubiera dado al menos aquí el privilegio de ver lo mismo.

Mónica Fernández-Aceytuno

ABC, 9-7-2005

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