San Antón

San Antón

En el lienzo de Velázquez de los santos Antonio Abad (San Antón) y Pablo Ermitaño, se ve a un cuervo volando hacia la tierra con un pan en el pico. El paisaje es, en este cuadro, el gran protagonista de la escena, junto con ese cuervo oscuro y luminoso, llevando el pan a los dos eremitas.

Pero yo no he venido aquí para hablar de los panecillos de San Antón, sino del cuervo que le llevó el pan a nuestro Santo hace mil setecientos años, y que es igual a los cuervos que vemos aún por nuestros campos. En realidad, a un cuervo se le puede encontrar en cualquier parte del mundo: desde el desierto del Sáhara, siguiendo a las caravanas de camellos, a los roquedales nórdicos, donde aguanta temperaturas bajo cero, incluso en el ártico, en el polo norte, hay cuervos de los que cuentan historias los esquimales, algunas realmente curiosas y que nos dan idea de la inteligencia del cuervo, muy superior a otras aves, aunque desde siempre se haya considerado al cuervo, quizás por su color o por llevarse el trigo de los campos o por volar alrededor de las ovejas que están a punto de parir (no por el recental, sino por alimentarse con la placenta) como ave de mal agüero.

Se trata e una vulgar creencia que se ha mantenido hasta nuestros días, y ya Plinio recoge que estas aves son seres de mal presagio. Tiene gracia la forma en que la literatura popular de alguna de nuestras regiones hace distinción entre dos córvidos: la urraca, que es esa ave pía, blanquinegra, que vuela por nuestros encinares, incluso en nuestros parques, expoliando los nidos de las aves pequeñas; y el cuervo de los campos. Al cuervo lo clasiffican como ave del infierno, y a la urraca, blanca y negra, del purgatorio.

Pero antes de continuar, ya que he mencionado al grupo de los Córvidos, donde no todos son completamente negros, como la propia urraca, o el precioso arrendajo, blanco, negro, azul y canela, el gran repoblador de los robles al pasar el invierno escondiendo bellotas; vamos a concretar que el cuervo al que nos referimos, la especie que llevó el pan al Santo, es el Corvus corax, negro como el carbón, como la oscuridad de una cueva; negro es el pico, los ojos, las patas y las plumas; y las alas, al abrirlas, tienen una gran envergadura de más de un metro, que es casi como si se abriera paso en el día, una noche sin luna. Casi nadie se ha fijado en lo grandes que son los cuervos porque casi siempre los vemos de lejos, en los maizales, o volando hacia un pinar, pero de cerca es un ave que asusta por su grandeza y su fortaleza.

Y su inteligencia, ya lo hemos comentado. El cuervo es capaz de hablar nuestra lengua, como un loro. Todavía en las aldeas de Galicia hay niños que capturan los pollos para amaestrarlos y repite el cuervo con su voz de pájaro, con sus voz quebrada de cuervo, las palabras de su dueño. Al pobre cuervo, no sólo lo hicieron feo, sino que ni siquiera lo dotaron de una voz hermosa, y más que cantar, o piar, grazna como un ganso, de ahí el nombre onomatopéyico que le dio Aristóteles: Korax: “korax,korax, korax” dice el cuervo volando. Pero estábamos hablando de su inteligencia, y estábamos en el campo, donde el cuervo y los hombres mantienen diálogos sin palabras. Así como otros pájaros no se acercan a los maizales en cuanto notan que hay hilos cruzando la tierra, o espantapájaros, o la última moda que es poner bolsas volanderas de colores repartidas a un metro del suelo; el cuervo se atreve con todo menos con una cosa, que siempre funciona y que no tendría efecto en otros pájaros: y es que disparan a uno de ellos y colocan la pieza en lo alto de un palo, y los cuervos comprenden el mensaje que les lanza el hombre sin palabras, y no se acercan.

Este lenguaje entre el cuervo y el hombre lo han sabido aprovechar mucho mejor los esquimales del ártico. Allí el cuervo, el raven, indica a los esquimales trazando círculos en el cielo, dónde está la manada de caribúes, o de alces, incluso a veces, acuden los cuervos donde descansa la manada a sabiendas de que, si bien ellos, no pueden matar a un caribú, sí lo puede hacer el hombre, y ellas serán entonces las primeras aves que aprovecharán los restos. En realidad, en todas partes del mundo, los cuervos llegan siempre antes que los buitres, de ahí la conocidísima sentencia de Martínez de Espinar (1644) “cría el cuervo y te sacarán los ojos”, nacida, según el ornitólogo Francisco Bernis, del hecho de que los cuervos sean los primeros en llegar al cadáver de la bestia.

El cuervo es, para colmo de su mala fama, un gran ladrón de huevos de corral. Cerca de mi casa, vive una pareja de cuervos que faenan de acuerdo para robar huevos de un gallinero cercano. En el gallinero hay un cerezo en el que se posa uno de ellos, y vigila, por si se acerca algún campesino, para avisar al compañero, y el otro, mientras tanto, roba el huevo del gallinero, y se lo lleva entero en el pico, sin aplastarlo, de la misma forma en que lleva el cuervo de nuestro cuadro un pan a San Antón, y los dos cuervos salen volando hacia el monte para comer el botín escondidos entre los helechos. Probablemente se trata de una aténtica pareja, macho y hembra, porque los cuervos no sólo pueden llegar a vivir como el hombre, tantos años como San Antón, más de cien años, sino que son muy fieles a su pareja y siempre se ve a los cuervos de dos en dos volando en sincronía, parecen aviones haciendo en el cielo una exhibición acrobática. A veces hacen espirales perfectas, rizos, giros, uno tras otro, como si entre ellos ya supieran qué figura van a trazar a la vez en el cielo. Y tienen un vuelo en picado hacia la tierra, con las alas recogidas, a toda velocidad, como un halcón que fuera a dar caza a un estornino o una paloma, y este mismo vuelo es el que pintó Velazquez en su cuadro.

Para terminar, sólo quiero recordar lo que nos cuenta el Licenciado Francisco Morcuelle, Canónigo de la Santa Iglesia de Nuestra Señora de los Corporales y Racionero de Santiago de Daroca, en el año 1617, en su Primera Parte de la “Historia Natural y Moral de las Aves”, que es quizás el primer libro de etología, de esa ciencia que estudia el comportamiento animal, y en el que nos recuerda Morcuelle que “El primer animal que salió del Arca de Noé, después del diluvio, fue el cuervo. Y salió así(…) abriendo Noé una ventana del Arca, la cual había hecho en la más alta parte de ella, tan pequeña, que no pudiese caber por ella cabeza: dejó salir por ella al cuervo para explorar y saber por él si acaso estaba ya la tierra seca de las aguas”. Y señala al principio de este capítulo que “el Cuervo es ave de todos muy conocida porque, como dice Aristóteles en el lib. 9 de la historia de los animales, es de las aves que andan, y se dejan ver en las Ciudades y poblados, y que nunca mudan nido, ni morada”.

Pero el cuervo ya no vive en las ciudades, ni visita la tierra que las rodea, de donde están desapareciendo día a día, de los campos de cultivo. Pero es que tampoco hay ya muchos cuervos en los campos que nos quedan, no sé muy bien la razón, es difícil averiguar qué les puede estar haciendo daño, porque los cuervos son omnívoros, comen de todo, fundamentalmente insectos, escarabajos, y granos; y también ese pan que dejó de comer un cuervo por llevárselo a San Antón.

Y si un día no quedasen cuervos en los campos; entonces, ¿quién nos traería el pan de nuestro Santo?

Mónica Fernández-Aceytuno
Conferencia de las fiestas
de San Antón

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Feliz San Antón,

Mónica

Cuervo / Aceytuno

Cuervo / Aceytuno

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