POLIQUETO

UN RASTRO BLANCO

A mis manos llegó una piedra que trajo una ola el viernes por la tarde. Sobre la parte más lisa de la piedra, se veía un rastro blanco, calcáreo, endurecido, que parecía un pequeñísimo lazo deshecho. Ese día entró una niebla que no dejaba divisar las aves y me pareció que toda la vida de la playa se concentraba en ese rastro blanco, en algo tan corriente que incluso se observa en cualquier tasca donde se pide unos mejillones al vapor, pues sobre sus cáscaras negras se puede ver esto que cuento: una suerte de cordón para envolver pero hueco como una vara de saúco, blanco como una casa encalada, y sinuoso como un túnel hecho para que los pasajeros de un tren se mareen. Si se toca por encima este diminuto tubo, se nota que está acuminado como el tejado de una casa, como esas tabletas de chocolate Toblerone de sección triangular. Dentro vive un sólo individuo, un poliqueto llamado Pomatoceros triqueter que no sale de allí en toda su vida y cuyo túnel, construido por él mismo, siempre le sobrevive. Asegura el profesor Julio Parapar que este anélido pertenece a los poliquetos sedentarios por no moverse de su túnel blanco, pero desde el fondo del mar llegó a mis manos con las olas del viernes por la tarde.

Mónica Fernández-Aceytuno

ABC, 10-11-2003

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