Playa

Playa

Acabamos de llegar de la playa. Ayer en la celebración de la primera comunión hablé con, precisamente, Marina, de cuánto nos gustaba ir tras el arribazón de las tempestades como quien va al cuarto de jugar. Entiendo, o mas bien no entiendo, a quien dice que la playa está sucia porque tiene algas, en este caso un oleaje de laminarias que, sostenidas en los brazos del agua, puden ser tan altas como árboles, y también había muchas algas rojas como el vino que hablan de la pureza de estos fondos. ¡Cuántas cosas he visto! hasta yelmos vivos, caracolas del tamaño de la palma de mi mano que hacía años que no encontraba. Le llamo a esta playa secreta de los marineros, la de los correlimos, que hoy salieron volando hacia el mar nada más verme. También hay por aquí chorlitejos que anidan entre los guijarros y hoy he descubierto, saliendo de un perfecto agujero excavado en el terraplén del acantilado, a una hembra que me pareció de colirrojo tizón. Tendría que volver para asegurarlo. De haber podido me habría quedado a pasar la tarde viendo cómo el señor que aparece en la imagen sacaba, igual que un mago de su chistera, los pulpos de debajo de las piedras. Estaba hoy la marea muy baja. Mientras escribo ahora, estará ya subiendo de nuevo, para hacer borrón y cuenta nueva. Y eso es lo que más me gusta de esta playa, que es distinta cada día, y hay veces que el agua está clara como la arena, y otras tiene bosques de algas derribadas sobre la orilla.

Buenos días lectores de la Naturaleza,

Mónica

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