Octavio Paz

He recordado estos versos de Octavio Paz, al enterarme que se cumple a finales de este mes el centenario de su nacimiento.

Jamás olvidaré que un día le llamé, y se puso al teléfono. Primero hablé con quien fuera su mujer, Mari Jo, y luego, se puso él, como si ella hiciera de filtro para sus llamadas, y la llave para que la puerta se abriera fuera una sola palabra: poesía.

Porque llamé para pedirle que nos leyera un poema para la radio sobre la lluvia. No recuerdo ni una palabra de aquel poema pero no ha habido día en el que lloviera que yo no me haya acordado de Octavio Paz y de la manera, tan de verdad, en la que leyó por teléfono aquellos versos, como si le fuera la vida en que entendiéramos, a través de sus palabras cayendo, cómo era la lluvia.

Si algo aprendí mientras realicé tareas de producción fue que los más grandes son mucho más accesibles que los mediocres. Y que también suelen ser más humildes. En una ocasión, y esto que voy a contar es una falta de humildad, puesto que yo no estoy entre los grandes, llamé a Augusto Roa Bastos para pedirle un relato sobre la sombra de los árboles, y no sólo me dio el relato, sino que además me pidió permiso para incluir mi nombre como personaje en la novela que estaba escribiendo en aquel momento. Todo esto a kilómetros de distancia. Si no recuerdo mal él hablaba desde París, no estoy ahora segura, inmerso Roa Bastos en la redacción de una novela de encargo, lo cual es lo menos inspirador que existe, tener que escribir a la fuerza, con plazos y todo; pero sí recuerdo bien que la novela era para conmemorar el quinto centenario del descubrimiento de América. A mí, la verdad, me hizo mucha gracia pensar que estarían mi nombre y mi apellido en el argumento, sin saber siquiera de qué se trataba. Visto hoy desde la distancia, pienso que fue una imprudencia. Quizás pensó al final Roa Bastos lo mismo, porque al salir la novela resultó que no aparecía yo como personaje, y sí en cambio me nombraba al final del libro, recordando el día que le llamé desde España para que le contara algo de la sombra de los árboles.

Años después, Concha García Campoy se sorprendió al leer mi nombre en “Vigilia del Almirante”, que así se llama la obra, poco antes de entrevistar a Roa Bastos, por lo que Concha me pidió que volviéramos a conversar sobre la sombra de los árboles, pero esta vez en antena, yo desde Galicia. Concha García Campoy tenía estas cosas: siempre una gran generosidad con todos los que en algún momento estuvimos cerca de ella.

Ahora pienso qué gran privilegio fue conocerla, así como conversar por teléfono con Augusto Roa Bastos y con Mari Jo y con Octavio Paz, mientras vigilaba cómo daba vueltas la cinta en la que se iba grabando su poema sobre la lluvia.

Cuando en ocasiones me encuentro cansada, releo en mi memoria los versos de Octavio Paz que pertenecen al poema “El cántaro roto” que han iniciado este artículo: /”hay que soñar en voz alta, hay que cantar hasta que el canto eche raíces, tronco, /ramas, pájaros, astros, /”

… pero el canto, lo dejo para otro día.

Buena semana.

Mónica Fernández-Aceytuno

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