NAVAJAS

BUZOS

Cándida y Ramón están hechos de un material distinto a los demás.

De tanto recolectar el marisco, son como esos moluscos de los acantilados que aguantan sin agua durante horas, y que no hay quien los arranque de la roca por fuerte que les sacuda el oleaje. Están hechos al agua salada del mar y al agua dulce de la lluvia; a las brumas del invierno y al sol del verano. Y no viven con los pies en la Tierra, sino en la Luna, porque es ella la que les ordena desde trescientos y pico mil kilómetros de distancia, cuáles son, según las mareas, sus horas de trabajo.

Por eso unas veces van temprano y, otras, más tarde, pero casi siempre con el neopreno, que es su segunda piel en el agua y que se ponen y se quitan con la facilidad con la que cambian de caparazón los centollos. Como ellos, parecen más frágiles cuando no lo llevan puesto porque en el agua, son los reyes. Ramón pescando, con dos dedos, navajas; y Cándida, sumergida como un somormujo que se somormujara con el agua casi al cuello, y los escarpines en los pies, llevando el rastro por el fondo y al subirlo, me la imagino con los ojos iluminados mientras oye ese ruido, como de monedas marinas, que dan las almejas y los berberechos cuando chocan entre ellos. Y mientras Cándida va echando su tesoro en un cubo que lleva atado a la cintura y que flota con un neumático que dejó la rueda para convertirse en boya; Ramón ya se ha sumergido en apnea buscando esos dos agujeros que a veces brillan como los ojos de Cándida y que delatan la presencia de una navaja en el fondo arenoso. Es un arte.

Mariscan uno frente al otro, Ramón desde un bote, Cándida caminando con el agua hasta los brazos, pero los dos vestidos de buzo.

Son los campesinos de esa tierra del mar que es la arena.

Mónica Fernández-Aceytuno

ABC, 7-8-2012

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