mar.

m. Agua infinita.

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Con los años me voy pareciendo a mis abuelas, y este verano he descubierto que soy tan pescadora como mi abuela Mary.

Siendo la mujer más presumida que he conocido, pues pasaba dos horas peinándose y otras dos dándose cremas, el primer recuerdo que tengo de ella es pescando en la playa de la Sarga con el mar hasta las rodillas.

Mi madre, en cambio, rememora con horror esa afición de mis abuelos en Villa Cisneros, pues le manchaban el fregadero de la cocina con la tinta de los calamares que usaban de carnaza. Les encantaba pescar en el mar a mis abuelos. Y ahora descubro que me parezco a ellos. Me di cuenta este verano, en una tarde de luz dorada en la ría de Villaviciosa, pescando con mi hermano Juan en su lancha.

Durante el regreso a casa decidí, como decido yo las cosas que son para siempre: de un día para otro, comprar un barco. Mi marido siempre dijo que se compraría uno cuando se jubilara, y de repente me pareció muy tarde, viendo que va a cumplir cincuenta años. Pensé en el barco y en nosotros ya jubilados, pescando como mis abuelos, y concluí que no había que esperar ni un día más para tener un barco de pesca.

Al principio, claro, estuvimos mirando los de segunda mano, y lo curioso es que el primero que vimos tenía el nombre exacto de mi abuela, Mary, y el nombre era lo que mejor conservado estaba. Desprenden un no se qué los barcos usados. Los de madera me encantan, pero me dan miedo, y los de fibra de vidrio, aunque te digan que casi no han salido al mar, se nota que nadie los endulzó cuando atracaron en el puerto.

El problema de un barco nuevo es encontrarle un nombre que nadie haya puesto antes. Me gustan los barcos con nombre de mujer, siempre que esté esa mujer en tierra y el marinero añorándola. Si van a bordo, me parece cursi.

Tampoco me agradan las combinaciones de los nombres propios, como ya sucediera hace unos días con un yate que pretendían que bendijera un cura y se montó un jaleo tremendo en el muelle cuando el sacerdote se negó a bautizar el barco de Lucía y Fernando, llamado Lucifer.

No se nos ocurre ninguno y el nombre de mi abuela, Mary, navega ya por la ría hace años.

Mónica Fernández-Aceytuno
NOTA DE LA AUTORA: Al final le pusimos “Villa Cisneros”
Mar

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