MADERA DEL AIRE

MADERA DEL AIRE

No se debería de de señalar a nadie,

ni siquiera a una persona sin palabra.

Sin embargo, hay personas que ya nacen señaladas, aunque sean verdaderas personas. Un caso sin-

gular es el de un hombre de uno de los

reinos de España que, a finales del si-

glo dieciocho, acudió a la calle de la

Cava Baja de Madrid para que el ciru-

jano José Correa le serrara unas made-

ras del aire que tenía en la cabeza. Los

documentos que acreditan este hecho,

el único caso conocido de la presencia

de cuernos en la especie humana, se

encuentran en el Archivo del Museo

Nacional de Ciencias Naturales.

Lo que aquí relato es sólo un extracto

del documento notarial: «José Correa,

cirujano que vive en la calle de la Ca-

va Baja, declara bajo juramento que

uno de los días del mes de abril próxi-

mo pasado de este año llegó a su casa

un caballero de distinción, de 67 años

de edad poco más o menos, con la pre-

tensión de que le reconociese dos

mostruosidades, que evidentemente

eran, hablando con el respeto debido,

dos palos de madera del aire, o astas

del mismo color, dureza, sustancia y

formas de las de un cordero. El caba-

llero manifestó haber recorrido va-

rias tierras y lugares para que se los

cortasen, y que ningún cirujano qui-

so encargarse de la operación, por lo

cual fueron por mí separados por me-

dio de la sierra de amputar».

La declaración de la testigo Cándi-

da Trijueque tampoco tiene des-

perdicio y dice, entre otras cosas:

«Que es cierto que en uno de los días

del mes de abril llegó a eso de las nue-

ve a la casa de José Correa un hom-

bre embozado y con sombrero de tres

picos, y estuvo hablando algún rato

con don José Correa, aunque ella no entendió

lo que hablaron entre ellos,

pero sí vio que cuando mandaron sen-

tar al hombre en una silla y quitarse

el sombrero inmediatamente se le pu-

sieron de manifiesto dos cuernos. La

que declara, junto con los demás testi-

gos, vio que don José Correa sacó una

sierra armada con su botante de hierro

y mango de madera torneado, de

una longitud de poco más de media

vara, y con la ayuda de los allí presen-

tes que le sostenían se los cortó, y en

esa operación habrá tardado como

más de media hora. Se advierte que

de los dos cuernos uno es más largo

que otro y ambos tienen forma de ca-

racol y estas de cordero”.

Eran,por tanto, más parecidos es-

tos cuernos a los cuernos de los

bóvidos que persisten de por vida y, si

se rompen, no se regeneran; que a las

cuernas del venado y demás cérvidos,

que caducan todos los años. Por eso

en estos días encontramos los desmo-

gues tirados en el monte, aunque en

este caso han sido las células osteo-

clastas las que han aislado la cuer-

na de su pivote, actuando como una

sierra.

Todo en las maderas del aire resulta

fantástico, con esta historia que ya

cierro con lo esencial de la nota que

envía el Ministro Conde de Florida-

blanca a José Clavijo, director del

Real Gabinete de Historia Natural:

«Remito a Vd. dos astas pequeñas cor-

tadas a un hombre por el cirujano

don José Correa, según consta del tes-

timonio que también acompaño, y en-

cargo a Vd. que las coloque y guarde

en ese Real Gabinete con la nota co-

rrespondiente. Dios guarde a Vd. mu-

chos años». El Pardo, a 25 de febrero

de 1787. El Conde de Floridablanca.

Mónica Fernández-Aceytuno

BLANCO Y NEGRO, 28-3-1999

Fondo de Artículos

de la Naturaleza de

www.aceytuno.com

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