LECHUZA

EL SILENCIO


Cuando me mira deslumbrada, pienso: sisea, ronca, sílbame de lejos mientras recojo de noche la cocina.

Dime algo. Como le dicen otras lechuzas a Juan Carlos Delgado, corredor de bolsa, como él le llama en broma a su trabajo en el servicio de limpieza nocturna de Fregenal de la Sierra, en Badajoz. Las lechuzas le sisean cuando pasa recogiendo la basura, y las conoce a todas: a las del cuartel de la Guardia Civil, y a las que anidan en el convento viejo de San Francisco, cerca del jardín municipal, el lugar adonde acuden las lechuzas a comer de las moreras gorriones dormidos. También Fabiola Herce, lectora de ABC en Madrid, ha visto lechuzas en los jardines de Pozuelo, donde emiten un sonido que recuerda al de un hombre que ronca.

Pero la que vive aquí sólo me mira. Creo que anida, no estoy segura, en un cerezo que, de tan viejo como es, parece que la lava de un volcán le hubiera pasado por encima; y tiene el tronco negro y retorcido, fundido por el tiempo, aunque ayer se le cayeran al suelo pétalos blancos con la lluvia. Quizá desde alguna de las heridas del tronco sale volando esta lechuza que me mira mientras recojo la cocina. Si abro la puerta, despega con un vuelo que me pesa porque podría haberme dicho algo, y se ha ido otra vez en silencio.

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