LÁGRIMAS

LÁGRIMAS DE ELEFANTE

Podría tratar de describir el color amarillo que tenían ayer por la mañana los grelos florecidos, o el olor acre que deja el jabalí en los maizales que viven muertos; pero del elefante sólo me resultan cercanas sus lágrimas, porque de lágrimas se aprende mucho según se va la vida.

He leído una magnífica Tercera donde Luis Alberto de Cuenca asegura haber visto en Costa Rica, bajo una luz roja de una linterna, las lágrimas de una tortuga baula que lloraba de noche al desovar en Playa Grande. También he oído lo que cuentan los pescadores de Gran Sol: que los delfines lloran como niños cuando caen en sus redes. Y sé, por un árbol, que las lágrimas son contagiosas.

Era un roble que vivió cien años hasta el día en que, al mirarlo, vi que el árbol era ya sólo cepa. Me quedé asombrada, quiero decir: llena de sombra por dentro; y volví andando hacia mi casa en silencio para que no se me fuera el alma por la boca, pero llegué tan cansada con el peso de tanto pesar, que me metí en la cama y, al volcar la cabeza, se me cayeron las lágrimas de una mirada vacía de ramas: José llegó a decir con mi tristeza, que jamás hubiera cortado el carvallo de haber sabido que lloraría.

Los elefantes con cuyo marfil se trafica, también tienen lágrimas; y son como casi todas: de agua, de sal y de pena

Actualidad Natural

ABC, 1999

Mónica Férnandez-Aceytuno

Aceytuno.com

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