LA TORMENTA

LA TORMENTA

Nadie se explica por qué aquel rayo entró por una puerta, y salió por la otra, matando sólo a dos vacas, pudiendo matar a todas.

La tormenta es siempre un misterio. Los patos parpan. Las abejas vuelven a la colmena. Los vencejos desaparecen del cielo. Silencio. Ni un sólo pájaro vuela.

El lunes cayeron repartidos sobre la Península Ibérica y Baleares casi tres mil rayos: 2.940 es la cifra que proporciona la red de detectores de descargas eléctricas del Instituto Nacional de Meteorología. Ese día, las ciervas de Cabañeros, recién paridas, creyendo que era de noche, salieron antes a los pastizales; y los murciélagos se quedaron en sus cuevas mientras caía, ya de la noche, el agua. Aquí y allí los pájaros sintieron el pasar de la tormenta en el cañón de sus plumas; y en su cerebro, y hasta en el de los mosquitos, hubo más preocupación por las horas y minutos del resto de su vida, que por el tiempo de espera en tierra.

Sin embargo, hay quien pretende alzar el vuelo echando rayos por la boca, y tronando por dentro.

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