LA NIEVE

LA NIEVE

Ese rescoldo del niño que fuimos, y que el tiempo no ha congelado, está deseando que nieve.

A las doce de la mañana de ayer, una capa de nieve de treinta centímetros de espesor cubría ya el refugio de Goriz, en Huesca, donde los armiños van vestidos de blanco desde hace más de tres días como si, en vez de mudar el pelo, hubieran encanecido de golpe al oír el pronóstico del tiempo. Frío. Viento polar. Lluvia. Nieve.

El armiño es mucho más pequeño de lo que parece: la hembra, raramente supera los ciento cincuenta gramos; el macho pesa doscientos gramos. Pero, al sumergirse en la nieve para cazar ratones, forma unos túneles que recuerdan un poco a los que hace el topo al levantar la tierra sembrada de yerba, y que parecen hechos por un animal más grande. Sobre la nieve descubriremos también estos días el rastro de la comadreja hacia su madriguera, sus huellas tras la impresión del ratón que sostiene transversalmente en la boca. O los toboganes que esculpen las nutrias por las laderas.

El viento del norte, provocará fugas de tempero: veremos avefrías que escapan del hambre, y zarapitos que huyen de los mares. Frío. Viento polar. Lluvia. Por lo menos que nieve un poco, que la nieve es la flor de los días inhóspitos.

Mónica Fernández-Aceytuno

ABC, Sábado 10-11-2001

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