LA COMUNIÓN

LA COMUNIÓN

Hace un calor de comunión, el aire está quieto, el sol luminoso, el cielo infantil y azul.

Me recuerda este día a cuando florecían en el patio de mi colegio los rosales, guiados por alambres entre los chopos, para dar unas rosas grandes y olorosas y de pétalos antiguos e imperfectos, que se caían entre las sombras de las hojas de los chopos. Florecían los rosales como pintados por el pintor que daba nombre al colegio y tenían todos los colores, desde el amarillo al rosa, y por su patio soleado de tierra corrían las niñas vestidas de blanco, unas de organdí, otras de monja, y se daban cuatro cosas tras la comunión mientras se nos llenaban de arena, de tanto jugar, los zapatos.

Pero hace unos días estuve charlando con una señora que se hacía la pedicura para la comunión de su hijo. No creo que se arreglara más si fuera a una boda. En realidad, según me comentó, las comuniones son ya como las bodas y se hacen invitaciones y hay lista de regalos y son tantos los compromisos y tantos los invitados que se les pide que no vayan a la comunión sino directamente a los tres platos y dos postres del restaurante, que hay que reservar con un año de antelación, a pesar de que el precio les deje endeudados un lustro.

Me contó el caso de un niño que hizo la comunión el otro día y cuando estaban todos sentados se dieron cuenta los padres de que no había más niño que el suyo.

Recordé la comunión de mi hijo pequeño, cuyo banquete no consistió más que en un desayuno de chocolate con churros en el que los niños aguantaron poco sentados y, pringados de chocolate, corrieron y jugaron por los maizales bajo un día infantil y azul como el que hoy hace.

Mónica Fernández-Aceytuno

ABC, Viernes 11-5-2007

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