LA COLONIA

LA COLONIA

Se encaraman las casas de tal manera a los montes que, si no fuera por los cuadrados oscuros de las ventanas, se diría que la colonia es pura roca.

En lo alto, como alpinistas que hubieran coronado la cima, queda el verdor de los árboles que aún no han sido talados, colonizada su tierra con una estrategia que es idéntica a la del lirio de agua del embalse que da de beber a esta ciudad de México, y en cuya superficie medra el lirio con tal profusión que se posan de pie las garzas en el agua.

Se construye la casa en un terreno que ni siquiera es propio, como hace la semilla cuando germina, que no se pregunta de quién es la tierra, y luego otra casa y otro bloque y otra ventana y otro depósito de agua para que caiga el agua con la fuerza de la lluvia, hasta que desaparece el monte y todo es bloque gris, y gris el alma de los que allí habitan. Salieron de esas aldeas a las que se llega a caballo, sorteando árboles caídos, pero aquí las casas están pintadas con el amarillo luminoso de la savia de los cardos y, bajo las ventanas, en toda suerte de recipientes, florecen buganvillas rojas, fucsias, naranjas, que se alimentan con el sol del día y de las paredes. Y esta belleza es la riqueza del pobre. Pero el campo es una tierra en la que no se recolectan votos y el campesino, abandonado a su suerte, deja su maizal y su casa y su escuelita y se marcha a la ciudad donde, con bloque gris, aumenta la colonia en la que florece la droga, la suciedad y el crimen.

No hay que ser muy observador para darse cuenta de que este lodo suburbano y grisáceo, que es puro desarraigo, sepultará un día las grandes ciudades del mundo.

Mónica Fernández-Aceytuno

ABC, 19-2-2012

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