jabalí

m. Sus scrofa. Mamífero de mediano tamaño paquidermo, por su piel dura y gruesa, ungulado artiodáctilo de la familia de los suidos, al que le gusta vivir en el sotobosque donde pasa desapercibido por la cortedad de sus patas, cuya longitud no es igual en todas ya que, al contrario del cerdo doméstico, son más largos los cuartos delanteros que los cuartos traseros. El jabalí tiene unos ojos muy pequeños, aún siendo casi todo cabeza, y posee un cuello muy ancho y un hocico alargado llamado jeta que utiliza para hozar las orillas de los ríos, y en los olivares el hojín de las ramas y de las hojas secas en busca de lombrices si ha llovido. El color de la capa del pelo varía mucho con el paso del tiempo, el lugar donde vive y las estaciones, porque pasa de una rayas longitudinales que les recorre el cuerpo los primeros meses de vida y por las que reciben los jabatos el nombre de rayones, a mostrar una capa más rojiza, cuando tiene más de cinco meses y entonces se les llama, a estos machos jóvenes, bermejos. En el norte de España el jabalí además tiene una borra bajo las cerdas del pelaje, y es algo más grande y más claro, recibiendo el nombre de jabalí albar que le otorgara el zoólogo Ángel Cabrera para la subespecie Sus scrofa castilianus, y el de jabalí arocho para la subespecie, más pequeña y sin borra bajo las cerdas, Sus scrofa boeticus, propia de la Sierra Morena y del Algarve portugués.

Las costumbres son parecidas, casi siempre nocturnas y relacionadas con el monte bajo y con el barro, donde deja huellas muy conspicuas con forma de cabeza de gato, y en los troncos de las inmediaciones algunos pelos de su capa por haberse rascado allí tras bañarse para desparasitarse en los despiojaderos. Suelen formar grupos matriarcales en cuya periferia andan los jabalíes jóvenes todavía bermejos hasta que maduran sexualmente y se vuelven solitarios cuando no están en celo, o se dejan acompañar en sus correrías nocturnas por un macho más joven al que llaman escudero. En las zonas agrícolas donde hay cultivos de maíz, suelen acudir en verano a derribar las cañas del maizal, sobre cuyas hojas se tumban a comer a oscuras y en familia, bajo la luna, las mazorcas. Solo un perro atado, o una radio encendida de noche en el campo, que emita la voz humana, los ahuyenta.

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