IR…

IR…

Los pájaros no se van todos juntos, a la vez, ni por el mismo cauce, como un río. Los pájaros van en grandes mareas, de noche o de día. A veces en solitario. Yo aún no soy capaz de imaginar cómo puede un mosquitero musical, ese pájaro pequeño de canto floreado, volar él solo de noche, por primera vez en su vida, desde Suecia hasta Senegal, guiándose por las estrellas. ¿Quién o qué enseño a éste pájaro su ruta?

Me dice el profesor Purroy que si la noche se nubla, se pierden, pero llegan si pueden mirar las estrellas, aunque la bóveda celeste vaya cambiando con el viaje. Hay una serie de emigrantes que conocen también el rumbo que deben llevar en cada momento porque son sensibles a los campos magnéticos terrestres, como las palomas mensajeras.

Estas noches se están yendo también los ruiseñores, y las currucas mosquiteras, y los papamoscas cerrojillos, acabo de verlos en un laurel hembra que está tirando los frutos negros. Aterrizan por aquí cuando están de paso, y los veo también por los caminos, con ese vuelo corto con el que bajan a tierra, para subir al momento, como si el suelo les quemara: por el blanco de los lados sé que son los pájaros píos, papamoscas cerrojillos que a veces descansan en los sembrados. Se cantan unos a otros para no perderse, como gansos graznando a la Luna.

Dentro de muy poco tiempo, de nada le servirá a la calle su murmullo de catarata, ni a los niños gritar en el recreo, ni a las nubes tronar sobre el campo, porque ningún otro sonido, podrá esconder el graznido de los ánsares, escribiendo letras en el cielo. Llamándose unos a otros, proclaman que ha terminado un tiempo. Como los cisnes mudos. También migran haciendo una formación parecida a la de los ánsares, los gansos, y escriben letras, una “I”, o una “V”, es más aerodinámica, y se llaman unos a otros, estoy aquí, se dicen, me imagino en mi oído, pero no con la voz del cisne, sino con el sonido musical que hacen sus alas cuando vuelan a remo: los cisnes mudos hacen hablar al aire con voz cantarina.

Y con otro vuelo muy diferente, a vela, la cigüeña puede recorrer trescientos kilómetros en un día, pero necesitan que el Sol arranque a la tierra corrientes térmicas y se guía por lo que ve a vista de pájaro. Como el Sol no consigue del mar tanta corriente ascendente, cruzan por donde hay menos agua, de ahí que Tarifa sea uno de esos lugares de paso donde se pueden ver miles de cigüeñas en un solo día. Para esas aves el estrecho de Gibraltar sí es un cauce, pero la migración es una marea que viene de todas partes, que cruza por todos los lados. Hay pescadores del Mediterráneo que cuentan cómo el barco se les llena de pájaros agotados, incapaces de continuar su ruta por un temporal, o por el cansancio.

Hace sólo unos días, también desde un barco, vi volando un ave marina gris que hacía con las alas una cruz perfecta en el aire, a ras de agua. Y supe, porque una vez me lo contaron, que estas cruces en el cielo de septiembre son pardelas sombrías, aves oceánicas que no van a tierra firme más que para la cría y duermen en el mar y beben agua salada. Dicen que va siguiendo en su viaje los bancos de pesca de calamar y de anchoa y que así recorre el Cantábrico y el Atlántico y medio mundo de agua.

No anida en nuestras costas, sino en las subantárticas: la pardela sombría que vi estaba sólo de paso, volando del otoño a la primavera.

Y, con esto, trato de responder, cómo no, a la amable petición que por carta me hace un lector que, en una tertulia de amigos, comentó este ir y venir de las aves. Quizá continúe la semana que viene; aquí mismo. Yo también escribo para llegar a alguna parte.

Mónica Fernández-Aceytuno

aceytuno.com

Siguiente Post:
Post anterior:
Este artículo lo ha escrito