Escribo ahora mismo con las luces de Madrid al fondo pero dentro de unas horas estaré en la dehesa donde fotografié a este gabato, con dos o tres días de vida, hace unos meses.

Escribo ahora mismo con las luces de Madrid al fondo pero dentro de unas horas estaré en la dehesa donde fotografié a este gabato, con dos o tres días de vida, hace unos meses.

Escribo ahora mismo con las luces de Madrid al fondo pero dentro de unas horas estaré en la dehesa donde fotografié a este gabato, con dos o tres días de vida, hace unos meses.

Me pregunto si habrá perdido ya este pelaje que imita a los rayos del sol cuando caen, filtrados, entre las ramas de las encinas.

La edad, dos o tres días, se la puso Manuel, guarda de la finca, el cual llama “chivinos” a las crías del gamo.

Cuenta Manuel que, de vez en cuando la madre, mientras ramonea o bebe, deja al gabato a la sombra de la encina, que hace sobre la tierra el mismo dibujo, entre luz y sombras, del lomo del chivino.

Según te vas acercando, el gabato puede hacer dos cosas: o bien aplastarse contra la tierra, o salir huyendo. Dice Manuel que así es cómo los capturaban en algunos lugares, si es que el gabato se quedaba quieto, pues en este caso ni se mueve aunque lo toques. Después hay quien, si son hembras, que son más tranquilas, los crían con biberones y termina el animal silvestre por volverse doméstico, y seguir a su dueño a todas partes.

Me llamó la atención la tranquilidad con la que nos miraba, hasta que dimos el primer paso hacia él.

Corría como si no acabara de nacer.

Me pregunto qué hará ahora.

Mónica Fernández-Aceytuno

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Que pasen un buen día.

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