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Los nidos de mirlo que yo encuentro suelen estar a la altura de mis ojos, pero tan escondidos que no los veo.

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Los nidos de mirlo que yo encuentro suelen estar a la altura de mis ojos, pero tan escondidos que no los veo.

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Los nidos de mirlo que yo encuentro suelen estar a la altura de mis ojos, pero tan escondidos que no los veo.

Quiero decir que tengo que mirar muy detenidamente para ver algo en esa oscuridad luminosa que tiene por dentro una enredadera, y que se parece a la de la selva amazónica donde la luz de sol se hace trizas entre las ramas.

Pero tenía ya tan localizado visualmente el lugar de donde veía ir y venir a una pareja de mirlos haciendo el nido, y estaba tan convencida de que justo ahí tenían que estar construyéndolo, que acabo de encontrarlo, escondido, casi enraizado en la madreselva, este cuenco con el tamaño de dos manos juntas queriendo guardar el agua, lleno de briznas y de tallos muy finos, que van dando vueltas alrededor de un eje imaginario, que es el centro del nido, donde hay una hoja seca de castaño, que yo misma vi acarrear en el pico a la hembra hace unos días.

De puntillas, he mirado dentro por si estuviera ya la puesta, esos huevos de un azul tan luminoso que se diría que no pueden ser suyos, siendo el mirlo tan oscuro.

He marcado el lugar de la madreselva donde está el nido, para ir siguiendo su evolución.

Y ahora estoy deseando que pase el tiempo, pero, cuando pase, me dará pena que se hayan ido estos días.

Feliz día,

Mónica Fernández-Aceytuno

P.S. En el Tablón de los Lectores hay colgada una carta de Jerónimo sobre el Mirlo, y otra de Joaquín sobre las naranjas que están ahora mismo en el suelo, sin recolectar.

Por otro lado, si alguien quiere seguir la evolución de un nido en directo, les recomiendo que no se pierdan estos días a la cigüeña incubando, pinchando aquí arriba, en las Cámaras en Directo de Doñana.

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