En la Biblioteca Nacional leí hace unos días una dedicatoria que me encantó: “A la belleza de todas las criaturas olvidadas”.

Mónica Fernández-Aceytuno

En la Biblioteca Nacional leí hace unos días una dedicatoria que me encantó: “A la belleza de todas las criaturas olvidadas”.

Mónica Fernández-Aceytuno

Sobre la cáscara negra de los mejillones suele haber un rastro blanco, calcáreo, endurecido, que parece un pequeñísimo lazo deshecho.

Si se toca por encima este diminuto tubo, se nota que está acuminado como el tejado de una casa, como esas tabletas de chocolate Toblerone de sección triangular. Dentro vive un sólo individuo, un poliqueto llamado Pomatoceros triqueter que no sale de allí en toda su vida y cuyo túnel, construido por él mismo, siempre le sobrevive.

Desde ayer estoy pensando en cómo definir a los poliquetos, esos anélidos acuáticos, gusanos con el cuerpo conformado en segmentos y orlado de quetas, de colores anodinos o hermosísimos en ocasiones, de vida móvil (usados como cebo de pesca) o sedentaria como los poliquetos tubícolas que se adhieren a las cáscaras de los mejillones y a la obra viva de los barcos.

En la Biblioteca Nacional leí hace unos días una dedicatoria que me encantó:

“A la belleza de todas las criaturas olvidadas”

Buen día,

Mónica

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