Desde siempre, y tengo ya bastantes años, he oido decir que la temporada de la lamprea acaba cuando el cuco empieza a cantar; a partir de ese momento, la lamprea “está cucada”.

José Enrique

Desde siempre, y tengo ya bastantes años, he oido decir que la temporada de la lamprea acaba cuando el cuco empieza a cantar; a partir de ese momento, la lamprea “está cucada”.

José Enrique

Desde siempre, y tengo ya bastantes años, he oido decir que la temporada de la lamprea acaba cuando el cuco empieza a cantar; a partir de ese momento, la lamprea “está cucada”.

En un principio pensaba, dado mi natural escepticismo, que este vínculo entre el ave y el pez era la versión rural de una leyenda urbana.

Mas adelante supe que ya en la Grecia clasica cumplia el cuco una función heráldica. En su “Diccionario de zoologia en el mundo clásico” Fulgencio Martinez Saura dice a propósito del cuco:

“Segun Hesíodo, su canto, que es el primero de la primavera, anuncia el buen tiempo; por ello (Aristófanes) es el anuncio para comenzar con las labores del campo.”

Pero nunca supe, dada mi ignorancia en temas de la naturaleza no humana, por que el cuco no canta hasta la primavera. Una colaboración suya del ABC de 13-3-206, localizada en internet, me ha aclarado el misterio:

“Están a punto de encontrarse la lamprea marina y el cuco. La lamprea está subiendo por los rios y el cuco, desde Africa por un cielo abierto para traer su primer canto”.

El misterio no es tal: simplemente el cuco no canta en Europa durante el invierno porque lo pasa en el continente vecino.

Esta conexión entre el inicio del canto del cuco (en la primavera) y el final de la temporada de la lamprea siempre me ha recordado la que en el antiguo Egipto había entre la primera aparición (en el verano) de la estrella Sirio (Sothis) y el comienzo del desbordamiento del Nilo, preludio, a su vez, de una ubérrima cosecha.

Ya se que este paralelismo puede parecer absurdo, algo sí como un anacoluto entre ambas relaciones de semejanza.

Es bien cierto que una y otra correlación no se pueden comparar en su magnitud: ¿cómo va a ser igual una modesta lamprea, alimento de unos pocos, que la variada y generosa cosecha del antiguo Egipto, que ya entonces alimentaba a todo un pueblo?.

Tampoco se pueden comparar ambos heraldos: un humilde pajarito y una grandiosa estrella, dos veces mayor que nuestro Sol. ¿O deben cambiarse de posición los adjetivos?

Pero aun así, a mi me gusta creer que hay una cierta analogia entre ambas situaciones.

Brewer, en su “Historia de la civilización egipcia” (Editorial Critica) dice:

“Como los demás pueblos antiguos, los primeros egipcios eran minuciosos observadores del cielo. Contemplaban la estrella mas brillante, Sotis (Sirio), mientras ésta seguía su ciclo a través del cielo y se percataron de que su reaparicion anual en el horizonte oriental tras un período de ausencia anunciaba la crecida anual del Nilo.”

Su importancia era tal que esa primera aparición veraniega de la estrella Sirio señalaba el inicio del cómputo del año. Y se anotaba con precisión en los anales de los templos. Por ello la fecha podia predecirse con toda seguridad. Brewer transcribe el siguiente texto de la época:

“La Aparición de Sotis acontecerá el mes 4 de Perét, dia 16. Que esto sea anotado por el clero de los templos de (…).”

Es evidente que ese primer canto del cuco no se produce con una regularidad similar, porque una cosa es el siempre impreciso tiempo biologico y otra, un ciclo estelar, matematicamente recurrente.

Le saluda cordialmente, en el sentido etimológico del adverbio.

José Enrique Díaz Tovar

FOTO DE ARCHIVO: Boca de lamprea adherida al cristal del acuario del Restaurante La Atalaya, al lado del Balneario de Mondariz.

AUTOR: Enrique Dans

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