Quiero comentar algunos aspectos de esta ave de compañía que se adaptó a
vivir cerca del hombre en cualquier lugar de la tierra.

Quiero comentar algunos aspectos de esta ave de compañía que se adaptó a
vivir cerca del hombre en cualquier lugar de la tierra.

Quiero comentar algunos aspectos de esta ave de compañía que se adaptó a

vivir cerca del hombre en cualquier lugar de la tierra. Descarto a las razas

seleccionadas preferentemente a producir carne y huevos con fines

industriales.

La Gallina, a la que quiero referirme, es la Gallina corriente de corral.

Ese animal tranquilo que picotea cualquier cosa y que va canturreando y

paseando con parsimonia con sus compañeras cada mañana en campo abierto o en

grandes corrales, que existen en las casas agrícolas de los campos de

España.

Creo que esta criatura nunca se enfada, va de aquí para allá cacareando

bajito para no molestar, no le preocupa casi nada, ni siquiera tiene celos

cuando el galán del corral le tira los tejos a alguna compañera.

Diría que es bonachona y pánfila pero tiene un momento en el día en que se

le ve feliz y eleva el tono de su canto anunciando que ha sido madre, todo

lo hace por ese incipiente proyecto de crear una nueva vida. Curiosamente

las demás compañeras de corral y ni siquiera el galán, le dan la

enhorabuena, creo que todas están hartas de hacerse el “rendez vous” a

diario y ya lo encuentran como cansino y majadero. ¡Digo yo!

Desde hace tiempo los propios campesinos aumentaban el número de estas aves

en sus gallineros por sistemas tradicionales, aprovechando los momentos en

que algún ave se ponía llueca. Entonces la costumbre era elegir

preferentemente Gallinas pequeñas y muy listas llamadas “Americanas”, que

eran más eficaces para empollar todos los huevos con especial dedicación y

celo, con el fin de que saliesen y eclosionaran todos los huevos el mismo

día. Durante este proceso, en el gallinero no se le echaba de menos ni

siquiera el galán que se pasaba todo el tiempo haciendo el “zorrocloco”(1),

pues la futura madre se aislaba unos treinta días en su retiro,

Cuando salían los pollitos del cascarón su pequeña mamá los enseñaba a comer

y a ser educados, regañando a aquel que intentaba arrebatar un grano de

trigo a su hermano. De vez en cuando si quería transmitirles algo importante

a los pequeños los reunía alrededor del pico, como hacen algunos deportistas

al tomar decisiones tácticas, en circulo, hombro con hombro, dándole sus

indicaciones. Si algún pollito por haber nacido el último estaba adelgazando

o era más melindroso en la comida, la granjera lo espabilaba poniéndole un
tamaño, la pobre madre tenía sus momentos de depresión, pues veía que cada

día los hijos le superaban en todo. Decía -“pero ¿cómo tengo estos hijos tan

grandes?”- mientras pensaba que quizá sería cosa del padre, aquel Gallo

alto, rubio, con una cresta roja y turjente, que un día le dijo al oído -”

te quiero mucho, pequeña”- .

Pasado el tiempo la Gallina de nuestra historia, le contaba a una amiga que

había tenido un sueño; -“De pronto ví venir un Gallo negro, alto y ruidoso

que por poco me pilla y aplasta, pero me desperté y ví que era una enome

apisonadora de alquitrán de las carreteras”-. La amiga le contestó que su

sueño no era una apisonadora, sino que se estaba acordando de aquel novio

alto y rubio con una cresta turgente que un día ya lejano le dijo cosas

bonitas al oído y le declaró su amor eterno.

No quiero dejar olvidada la Gallina mártir entre rejas en un espacio tan

reducido, sin poderse revolver, sólo con luz artificial constante, una

gotita de agua dosificada y una comida prefabricada sin variación de otros

sabores. Aún es más doloroso cuando observa sus frutos, sus puestas de cada

día rodando por una cinta, como una cadena de montaje de fábrica de coches,

alejándose de ella sin saber su destino.

Termino esta historia recordando a una campesina que cuando alimentaba a las

Gallinas decía- “pitas, pitas”- e inmediatamente acudían a su alrededor con

esa bondad natural y mirada tierna, con sus crestas dobladas a la izquierda

como si fuesen boinas de modelos de pasarela. Todas ellas sabían que en el

cocón del delantal de su ama, había un revuelto de trigo y panizo como

almuerzo delicioso porque tocaba “extra” por ser domingo.

Pobres Gallinas de corral que a pesar de su bondad, casi nos dejan

indiferentes, aguantando parodias, chistes y cancioncillas. Sin embargo

todas las mañanas nos esperan juntitas para dedicarnos una mirada cariñosa y

canturreando muy suavemente, parecen un coro polifónico que quiere

ofrecernos una canción imitando a las que concursan en aquellos veranos de

nuestro Levante. Por mi parte “chapeau” para ellas y para todo lo que nos

dan. ¡Qué maravilla!.

(1) Zorrocloco: en ciertas tribus selváticas cuando la mujer va a dar a luz,

los indígenas atienden al padre con regalos y atenciones al tiempo que éste

se retuerce de dolor, y a la mujer ni caso.

Atentamente,

Jerónimo

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