Gaudí

Gaudí

Gaudí huye en espiral de la línea recta.

Hasta los pilares, tan altos y rectos, de la basílica de la Sagrada Familia, tienen las ondas y los surcos del tallo de una herbácea.

Utiliza Gaudí cilindros huecos, como las varas huecas del saúco, a través de las cuales puedes ver el mundo. En primavera da el saúco unas flores blancas en corimbo, y así también, en corimbo, flotaba la luz el otro día dentro del templo de la Sagrada Familia. Parecía la gente, allí abajo, muy pequeña, bajo flores gigantes. Me recordó a un techo que hizo, años después, Frank Lloyd Wright, el arquitecto de la casa en la cascada, en quien imagino la influencia de Gaudí pues con la altura de una catedral diseña en 1936, diez años después de morir Gaudí, unas oficinas para Johnson Wax en Wisconsin que recuerdan muchísimo a la bóveda de la Sagrada Familia, pero en este caso las altísimas columnas no sostienen flores, sino hojas circulares de nenúfares.

Lo más curioso de Gaudí es que así como Dalí, tan seguidor de los avances científicos, utiliza deliberadamente las hélices del ADN en su pintura, Gaudí no llegó a tiempo para este descubrimiento, y sin embargo toda la obra de Gaudí está llena de espirales que avanzan, que hasta la fachada de la Sagrada Familia está en torsión que evoluciona hacia el cielo, igual que las inserciones de las escamas en una piña. Esto es algo que se ve muy bien cuando los ratones de campo las trabajan, y quedan las piñas sin más escamas que las del ápice, y en los huecos de las inserciones, se reproduce la forma exacta de las torres de la basílica, que es también la manera en la que los nucleótidos se colocan en el ADN.

“La forma es la función”, dicen los arquitectos. Puede que la forma sea una revelación de lo que es la vida.

La línea recta es, a mi parecer, con toda probabilidad una ilusión humana, similar a la de que la Tierra es plana, pues todo, aunque trace una línea recta, al estar subido sobre la Tierra y dar vueltas, está en torsión, girando también en espiral como las galaxias.

Gaudí, al que le hubiera encantado asistir al descubrimiento de la estructura del ADN en 1953 por Watson y Crick (gracias a la fotografía 51 de Rosalind Franklin), nos enseña que la intuición va por delante de la ciencia. Si alguien se hubiera fijado en su arquitectura desde el punto de vista de la biología, hubiera descubierto la doble hélice de ADN antes que los premios Nobel.

Gaudí nos ha demostrado que aquello que no vemos, está en lo que vemos, cada día.

Mónica Fernández-Aceytuno
Republica.com, 08/11/2010

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