ENCINAS

LAS ENCINAS

Vengo de ver las encinas que hay entre los montes de Toledo y la sierra de Gredos, nevada ahora en las cumbres.

De lejos, se diría que son los gamos al ramonear los que han tirado al suelo sus ramas, pero después te acercas y ves que están tronzadas, abiertas, en ocasiones horadadas por la cruz, y en el corte se aprecia el artístico diseño de las galerías de un cerambícido.

Según el entomólogo Antonio Morcuende, es Cerambyx vellutinus, un hermoso escarabajo longicornio, el mayor responsable de este hundimiento de las encinas.

Porque se trata de un naufragio donde sólo hace falta que haga un poco de viento, y la rama de vela, para que se hunda todo el árbol. En los años sesenta, cuando aún no había tractores, las encinas estaban más robustas porque no recibían tantos golpes como ahora, y no conviene olvidar que cada herida en la corteza es una vía de entrada para los cerambícidos. También cuenta Morcuende que, al no haber antes motosierras, se pensaba más el corte de una rama. Por otro lado, como se labraba con yuntas, era una labor tan poco honda que los chaparrillos se quedaban, pero ahora el renuevo que no se lleva el tractor, se lo llevan las reses, al haber en los majadales más cabezas de ganado de las que puede soportar una dehesa.

Pero, sobre todo, es que las encinas están viejas. Y no hay renuevo. Son como los pueblos donde todos envejecen y nadie trae savia nueva.

Por eso me gustó tanto el otro día nuestro Rey, con su árbol al fondo.

Escribió Machado que la encina cede «sólo a la ley de la vida, / que es vivir como se puede».

Y si la encina hoy, vivir no puede, habrá que ayudarla.

Mónica Fernández-Aceytuno

ABC, 28-12-2007

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