EN TIERRA

EN TIERRA

El pantalán parece una ciudad desierta.

Están casi todos los barcos en la marina seca, soñando que navegan por el aire. Puede que sea allí donde mejor esté un buque, tapado con una manta si fuera posible, porque a los barcos, en realidad, lo que les gusta es la tierra.

Es curioso, pero es el mar por el que navegan el que les hace más daño. La herrumbre, se hace con todo. El mar, incluso por el aire, es el dueño de todas las cosas. Y así lo dice, sobre la chapa de las cervezas, con las algas en los imbornales, o sobre la metopa del regimiento de infantería San Marcial nº7 que nos regaló mi padre.

Pero nosotros, salvo para darle la patente, no sacamos el barco del agua durante el invierno. Nos gusta navegar todo el año. Más que un barco, lo nuestro es un bote, y sin embargo el amor por él es inmenso porque de él depende, cuando estamos en mitad del mar, la vida de los que más queremos. A mí incluso me gusta bañarme ahora que el agua está más fría porque es como si acabaras de nacer, cuando sales del mar. He pensado muchas veces en nadar incluso en mar abierto, pero me da miedo, no tanto por las profundidades y la oscuridad de las aguas, sino por los tripulantes que me acompañan.

Cuando nado hasta la orilla suelo pedirles que me vigilen por si acaso me pasa algo, y cada vez que a los pocos minutos se me ha ocurrido volver la cabeza, uno está tomando el sol, el otro tocando la guitarra, y mi marido, de cuyo amor no dudo, mirando justo en sentido contrario, feliz, fumando un purito.

Para alcanzar la orilla a pesar de los mújoles que noto en los pies, y de las laminarias que parecen cortinas, procuro ir mirando los robles deshojados que caen hasta las rocas mientras me voy diciendo que éstas son las aguas del océano donde he nacido.

Siempre estamos deseando volver a ese lugar donde empieza y termina todo, que es el mar.

Mónica Fernández-Aceytuno

ABC, 27-2-2010

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