EL TRIGO

EN EL AIRE

EL TRIGO

Por ver crecer el trigo le gustaba vivir en el campo.

Así que por vez primera en una cena no tuve que explicar a una mujer por qué vivo yo donde vivo. Se llama Ana y ahora vive en el centro de Sevilla. Pero hablaba del trigo. De cómo se despertaba por la mañana y miraba los trigales. Es algo maravilloso. Cómo se mueve el trigal con todos sus verdes, un poco pálidos, y cómo espiga y se agosta y se siega y queda el rastrojo pero, ay, cayeron unos granos que no se llevó el panadero y que da ese ricio verde, tierno y espontáneo. El trigo, y su canto de codornices y las palomas torcaces en los trigales como una nube grisácea que levanta el vuelo.

Fue también una mujer, la cuñada de Pizarro, la que encontró en Perú los primeros granos de trigo en un barril de arroz al ir a preparar un potaje en el que al final se unieron las tres formas de alimentar el mundo: el trigo de Europa, el arroz de Asia y el maíz de América.

Por aquí, yo conocí el momento en el que había tantos trigales como maizales y, cuando venía el panadero, que es hombre siempre enharinado, no quería los campos que habían ennegrecido por llegar la lluvia antes que la siega. Aún hoy la tierra se mide en ferrados, esos cajones de madera que dan la medida del grano.

Yo miraba los trigales y ya lloraba pues la pérdida, cuando llega, es menos dolorosa que el presentimiento de esa pérdida. Y ahora el trigo se pierde y se encarece para el pan porque, lo que se subvenciona, es el trigo para los biocombustibles, y no el trigo para el consumo humano, el humilde pan de cada día.

Como diría y que me perdone Santa Teresa, le quitaron al trigo la pobreza, que era su mayor riqueza.

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