El lavadero

El lavadero

Ando abriendo la casa, con toda la felicidad y los problemas que conlleva, entre otros la conexión a Internet, que no ha funcionado bien hasta hace un momento.

Os dejo con algunas de las fotos que hice ayer al lavadero de As Cascas en Betanzos, por donde me gusta pasar porque hay una garza que suele pescar alevines de trucha justo enfrente.

Sólo había un señor, del que os hablo en el artículo que escribí ayer para republica.com y que se titula El vagamundo.

Me sorprendió la poca agua que trae el río, a pesar de estar en otoño, confirmando lo que ya me han contado, que no ha llovido mucho.

Hay otro lavadero, más pequeño, que me encanta, y donde me refugio con el agua cuando llueve.

Todo esta tarea de la ropa, no sé por qué me gusta tanto, el agua blanqueada por el jabón, la soledad de quien está en el río lavando, los pensamientos corriendo con el agua, las lavanderas volando alrededor….de ahí quizás que escribiera, para ABC, uno de los artículos más personales que he redactado, titulado “Mi tendal”, que os dejo tras las fotos.

Hasta mañana,

Mónica

Ventana del lavadero / Aceytuno

Ventana del lavadero / Aceytuno

Puente romano junto al lavadero de As Cascas en Betanzos / Aceytuno

Puente romano junto al lavadero de As Cascas en Betanzos / Aceytuno

Lavadero con el caudal del río Mendo bajo / Aceytuno

Lavadero con el caudal del río Mendo bajo / Aceytuno

Tendales dentro del lavadero / Aceytuno

Tendales dentro del lavadero / Aceytuno

Lavadero donde me refugio, con el agua, cuando llueve / Aceytuno

Lavadero donde me refugio, con el agua, cuando llueve / Aceytuno

MI TENDAL

Mi tendal es un pentagrama donde cuelgo la ropa.

De madera de eucalipto, prieta y grisácea, está hecho a mano por un vendedor de feria y consiste en varias cuerdas que son cabos de velero unidos por dos palos en forma de “T” con la altura de mis brazos en alto, lo cual me obliga a mirar siempre hacia arriba, y a ver un pedazo del cielo, entre las sábanas blancas, cuando tiendo la ropa.

Pero, como me parece que la visión de la ropa tendida es casi lo mismo que andar sin ella, he vestido el tendal con un seto de avellanos, y ya tienen el fruto verde, estrellado y minúsculo, pues en primavera está hecho casi todo el trabajo del otoño, y a estas avellanas ya sólo les queda crecer y madurar con los días. También hay un laurel que ya tiene las hojas nuevas, claras y tiernas, y que como el resto de las hojas de este arbusto sólo huelen a laurel por el tacto, es decir: si las tocas, o las roza la ropa con el viento.

Se enraíza a la tierra el tendal con dos zapatas de cemento, cubiertas con el resto del suelo por un césped muy fino y varios tréboles que no fueron sembrados, ya que la naturaleza quiere siempre dar la última pincelada a todo lo que hacemos. El cable de la farola que alumbra de noche el tendal y que en principio se hizo para llevar la luz, sirve por el día de percha a los pollos de golondrina y mientras tiendo la ropa, que es un tarea soleada, solitaria y silenciosa, los veo y los oigo ensayar con torpeza sus primeros cantos y vuelos. Se diría que este año son más pequeños y delgados: puede que haya menos insectos en el aire.

Como un agricultor, desde que tengo tendal, ando siempre pendiente del tiempo y de cómo se notan las variaciones del día en la colada. Si hace sol, las toallas se quedan ásperas, calientes y secas como una piedra. Y si pasan allí la noche, se empapan de rocío igual que las mentas.

A veces salgo a oscuras y la ropa blanca fosforece bajo la luz de la luna, y mientras le quito las pinzas se oye cantar a las ranas y a los grillos, y se ve pasar a las estrellas, silenciosamente, sobre los cordeles de mi tendal atado al mundo.

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