CUERVOS

EL BAILE DE LOS CUERVOS

Tienen los cuervos un coqueteo, ellos, tan oscuros, a plena luz del día. Ayer amanecía otro día precioso, tranquilo y seco, pero hasta que no empiezan a salir de la tierra esas corrientes térmicas que se elevan como una música desde el suelo, a media mañana, o a media tarde, no se pone a bailar la pareja de cuervos, en lo más abierto del campo, como si quisieran que todos los viéramos. Y todo lo apagan. El pecho anaranjado del petirrojo sobre la rama de un ciruelo, los narcisos florecidos junto al río, la helada deshaciéndose sobre la hierba, nada tiene más brillo ni más color que el entendimiento de dos cuervos, como dos lápices juntos, sin punta, trazando la misma e invisible pintada en forma de muelle. A mí me parece que esta pareja anidaba antes en algún acantilado, que volaban estos cuervos sobre el mar como gaviotas de luto y hoy nidifican en lo alto de un eucalipto, que es, en su crecer, un árbol precipitado, y en su forma precipicio. Además, Manuel Soler, experto en córvidos, asegura que también se parecen los cuervos a esas aves marinas que son los albatros, por su longevidad y por la ausencia de divorcios.

Sale el sol. Como a un colorido poema, negro sobre blanco, se espera, también hoy, que haya baile de los cuervos, ellos, tan oscuros, a plena luz del día.

Mónica Fernández-Aceytuno

ABC, 16-2-2004

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