CRUCERO

EL CRUCERO

Navegan los cruceros con tal sigilo que sólo cuando se hunden nos topamos con sus hermosos nombres marinos, como el de «Sea Diamond», tocado y hundido esta Semana Santa frente a la isla griega de Santorini.

Asistimos a tal proliferación de los cruceros que si antes resultaba excepcional que uno se embarcara, ahora siempre hay alguien que te cuenta el último crucero que ha hecho. Este fenómeno, me parece que no está siendo contemplado desde el punto de vista de la naturaleza. En realidad, pocos asuntos están mirándose ahora de esta manera porque ha nacido la ecología preventiva y hemos pasado de llegar siempre tarde, a querer llegar antes, dejando de lado los problemas del presente como este de la creciente urbanización, no ya de la costa, sino del agua del mar mismo.

Quien haya visto atracar alguna vez un crucero, se habrá dado cuenta de cuánto se parecen con sus pisos y terrazas a los edificios que se construyeron en la costa en los años sesenta. Igual que entonces no se echaron las manos a la cabeza por lo que hacían, así de ajenos vivimos hoy los españoles a la realidad actual de los mares que nos rodean.

No me cabe ninguna duda de que todo crucero cumple no sólo las normas de seguridad sino las de respeto ambiental, pero no hay que ser un avezado científico para darse cuenta del impacto que su sola y creciente presencia supone para los mares.

Aún me acuerdo de cuando los marineros me contaban que, por Pascua, entran por el estrecho de Gibraltar hacia el Mediterráneo, las orcas y los cachalotes y los tiburones peregrino, a los que imagino sorteando los cruceros que zarpan mientras escribo, con sus hermosos nombres marinos.

Mónica Fernández-Aceytuno

ABC, 9-4-2007

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