Covadonga

Covadonga

Es ya de noche cuando escribo estas líneas.

Tendría que estar durmiendo pero en el Congo me resulta imposible sin haber escrito al menos un poco de lo que he visto porque te acuestas con la cabeza tan llena de imágenes que resulta imposible dormirse.

Hoy además ha sido un día muy especial, sin duda uno de los días más especiales de mi vida.

Me vais a perdonar porque no voy a poner ni una foto de los preciosos niños con los que estuvimos esta mañana en el Centro de Salud-Maternidad, el Orfanato y la Escuela Covadonga donde, con mi rudimentario francés, traté de comunicarles a los alumnos lo maravillosa que es la naturaleza del Congo.

Cuando les pregunté si tenían alguna pregunta para mí, ninguno se atrevió.

Volaba el silencio entre ellos y yo mientras me miraban con la boca cerrada y los ojos muy abiertos, hasta que les dije que haría una foto a quien me preguntara algo.

En seguida tuve voluntarios. Dos niñas preguntaron dos veces.

Son por lo tanto fotos que hice para los niños, pero no para exponer aquí por respeto a su infancia.

He tenido también dudas de si enseñaros la calle donde está el colegio, el barrio en el que viven estos niños.

No expongo más que una foto fugaz, realizada desde el coche, donde sale la gente de espaldas.

Todo esto tengo que escribirlo, más despacio, más lejos, con menos sueño. Y aún así, no creo que pueda dormir esta noche sin soñar con todo lo que he visto.

Una de las personas fundadoras de este colegio, maternidad y orfanato Covadonga, es Ariadna García, y que reconoceréis porque es la que más sonríe. Siempre.

Curiosamente, donde más me costó no emocionarme, fue en la preciosa maternidad, por la manera en la que el médico, el enfermero y la matrona me enseñaban todo, llenos de orgullo por lo que tenían.

Ni siquiera ahora puedo seguir escribiendo.

Al final de la mañana dejamos atrás este barrio de los arrabales de Kinshasa, llamado Kingabwa, por donde hasta hace no mucho los niños iban armados.

Vestidos de blanco y azul, perfectamente aseados y peinados, muchos de ellos con trenzas a la manera africana rematadas con alegres cuentas de colores, quedaban allí estos niños, como esas islas que flotan por el Congo, por el mar de barro de Kingabwa.

A cambio de sus fotos, os dejo una flor roja cuyo nombre me han facilitado esta tarde y que os prometo que os daré cuando me encuentre con fuerzas.

Porque nada más llegar de Kingabwa me puse a fotografiar flores hasta que me di cuenta de que las veía borrosas porque se me estaban cayendo las lágrimas.

Aún no sé cuánto tengo todavía que llorar para que se me pase este pena.

O si se me pasará el dia que sepa cómo se llaman todas las flores y los pájaros y los árboles del Congo para ir a contárselo a los niños de Covadonga.

Niños que tienen el futuro del Congo en sus manos.

Con la ayuda de su profesor para la traducción (de pie, detrás de mí en la imagen) me miraban con los ojos muy abiertos cuando se lo dije.

Un fuerte abrazo para todos,

Mónica

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