cepa.

f. Tronco de la vid.

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Los días se están acortando por las tardes y, por las mañanas, empieza a comérselos la noche.

Las rosas florecen con menos fuerza y el vino está ya en la uva que negrea y mulatea y se oscurece como los días. Todavía hace sol y los rayos atraviesan las hojas de la parra y le sacan algo de aroma y huele a moscatel aunque no haya empezado la vendimia. Dos mirlos pasan la mañana comiendo uvas. Se sostienen gracias a los alambres del emparrado y pican los racimos. Algunas uvas caen en la mesa y bajan a comerlas. Se las sirve la gravedad en bandeja. Al igual que hacen con las manzanas, que las dejan tiradas a medio comer y con la huella de la medialuna del pico, dejan todo el hollejo de la uva y se comen la mitad de la pulpa y se llevan algunas semillas volando en el estómago. Las diseminan por la orilla del río y de ellas nacen esas parras silvestres de los sotos que se llaman labruscas.

Las ramas del año que son los sarmientos, y que parece que tienen siglos, ya no se desangran como en primavera cuando hacen charcos de savia dulce y clara en el suelo si se tronzan. Los perros los muerden para beber esta agua de las cepas. Pero ahora toda el agua está en la uva y los sarmientos se han vuelto secos y ásperos como las manos de un campesino. Cuando los queme, darán un humo dulce.

Empieza el equinoccio de otoño en el que los días se igualan en duración con las noches en todas las latitudes de la Tierra. Doce horas de día y doce de oscuridad. Para cambiarle la dirección a esta luz, habría que ir al otro lado del mundo.

Empieza la mañana y empieza como termina, el sol rojo y, el cielo y las nubes, rosas como el vino.

Mónica Fernández-Aceytuno
“El país de los pájaros que duermen en el aire”

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