ARLINGTON

ARLINGTON

No sabía que Jackie Kennedy estuviera enterrada junto al presidente John F. Kennedy.

Hace tanto calor que busco la sombra de una de las seis magnolias que rodean sus tumbas junto a un seto de acebos cortado a la manera en la que se poda el boj. En el centro, hay una suerte de adoquinado de grandes piedras de granito sin pulir rosa entre las que crece el sedum verde, y una llama siempre encendida que no se ve porque el sol está dando de lleno a las cuatro tumbas. Sorprende la sencillez de las lápidas de pizarra negra, y también ver que están junto al matrimonio las pequeñas tumbas del hijo que vivió dos días, y la de la hija que murió antes de nacer, pero que reciben el mismo honor que si hubieran vivido una vida entera, bajo la bandera americana, en lo alto de la colina sus pequeñas tumbas, con todo el grandioso horizonte de la ciudad de Washington por delante.

Y así leo, de izquierda a derecha: Patrick Bouvier Kennedy (agosto 1963-agosto 1963); John Fitzgerald Kennedy (1917-1963); Jacqueline Bouvier Kennedy Onassis (1929-1994); Hija (23 de agosto de 1956).

Todo en Arlington es verdadero y sencillo, no hay más que árboles entre las lápidas blancas colocadas como fichas de dominó sobre la hierba. Y hay recuerdos también de la guerra con España de 1898. Y dos cañones de Sevilla. Por los caminos, sámaras voladoras de arce y, en las ramas, chicharras que estridulan con el calor de Washington a mediodía.

Se diría que el pueblo americano ha entendido que, la muerte, es la verdad más sencilla, y no hay flores ni de verdad ni de plástico en las tumbas, como si el mayor honor fuera la hierba fresca y verde.

Mónica Fernández-Aceytuno

ABC, 21-7-2008

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