AEROGENERADORES

ES FEA

No soy capaz de decirle al paisaje lo que le va a ocurrir, y le pido, desde aquí, que se refugie cuanto antes en la pintura, o en cualquier melodía, o en esos abismos que hay, como un suspiro, entre dos palabras.

Tampoco soy capaz de quedarme callada viendo cómo se acumulan en los pequeños ayuntamientos, de norte a sur de España, resoluciones por las que se autoriza a buscar el viento, como si fuera oro, a esas empresas que nacen al calor de las subvenciones. El problema no son los molinos de viento, qué ironía, otra vez los molinos de viento, qué locura. No. El problema está escondido en la trastienda de esta novedosa energía, cuyo potencial eólico sólo puede evacuarse con más tendidos eléctricos, y con más torres de las de siempre; las de la calavera del barco pirata: no tocar, peligro de muerte.

Si soplara la brisa que emana de las inteligencias, se concentrarían los parques eólicos y se podría reducir, tal vez, la red de transporte en alta tensión; pero con esta fiebre del viento, cuando abramos los ojos, ya no habrá horizonte que no esté atrapado en una telaraña de aluminio y de acero. Por eso hoy, digo en voz baja, que la energía limpia es fea, y espero no morir electrocutada por escribir ésto.

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