En el aniversario de Félix Rodríguez de la Fuente

En el aniversario de Félix Rodríguez de la Fuente

Cuando murió FRF yo estaba en primero de Biología.

Me pareció escuchar decir a Ramón Sánchez Ocaña, hace unos días en un programa de televisión, que se hizo una encuesta a los alumnos de 1983 en la facultad de Ciencias Biológicas y el 80 por ciento se había matriculado por Félix Rodríguez de la Fuente.

En mi caso fue por una maceta.

Por aquel entonces, daba la casa de mis padres a un patio que tenía una de esas ventanas que la ciudad abre a la tierra, y gracias a esa isla entre los edificios había un pequeño jardín donde se daba una catalpa de hojas muy grandes, en forma de corazón, y unas flores en panícula, blancas y malvas, y unas vainas gigantes que colgaban en vertical sobre la tierra como si proviniera la catalpa de tierras más blandas donde los frutos pudieran clavarse como una estaca.

Las semillas también eran grandes y alargadas. Las planté en una maceta y este observar, asombrada, lo que sucedía; y a la vez la curiosidad por saber cómo era posible que una parte de la semilla diera el tallo, y la otra las hojas, siendo en apariencia iguales todas sus células, fue por lo que estudié Biología, y en concreto Botánica, para conocer algo más de la diferenciación celular.

Si me hubieran preguntado a mí, hubiera estado en el veinte por ciento que había manifestado que FRF no me había influido para estudiar Biología. Por otro lado, tampoco estuvo en mi casa la biblioteca Salvat, por desgracia. Ni me llamaban la atención las escenas de depredación. Si eso era una corriente, y FRF era un torrente, me quedé en la orilla, completamente al margen, mirando el caer de las semillas al agua.

Lo curioso es que también se comentó algo el otro día en lo que me parece que sí coincidí del todo con FRF. Y tiene gracia porque fue un pensamiento que pronunciamos exactamente de la misma manera. Es casi una frase hecha, luego no tiene más importancia. Pero me parece, cuanto menos llamativo, que la pronunciáramos al ver el mismo lugar, aunque en tiempos distintos. Porque dicen que FRF dijo, observando la belleza de Alaska: “¡Qué lugar más hermoso para morir!”

Se hizo en clase por Félix Rodríguez de la Fuente un minuto de silencio. Yo estaba en primero. Teníamos una profesora catedrática de Biología que nos habló de él y todos callamos. Ese día no hubo clase. Años después, en 1990, destacaron a mi marido para hacer la línea de Tokio a Anchorage, y allí nos fuimos con un niño de año y medio. Yo trabajaba en unos laboratorios farmacéuticos desde dos años antes de acabar la carrera y las cosas me iban bien, por lo que pedí una excedencia que me permitiera, al regresar, ésa era mi intención, incorporarme de nuevo sin problemas.

Fuimos trazando una gran curva por encima de la Tierra, sobre Groenlandia y luego el Ártico, donde el hielo se veía muy azul y muy blanco y luego, por arriba, trazando también un arco, todo el cielo. Me pareció ver abajo un oso, lo cual me dijo mi marido que, por la altura que llevábamos, era imposible. Pero yo creí ver un oso muy blanco sobre aquella inmensidad blanca que parecía el infinito de un cielo.

Después empezaron a aparecer las montañas y los valles y los ríos, todo cubierto de bosques de abedules, abetos vela y nieve. Era tal la belleza que no te cabía en los ojos y entonces pensé, en ese momento exacto, acordándome de que allí había muerto Félix Rodríguez de la Fuente :“Qué lugar más hermoso para morir”, sin saber que él había dicho esa frase que ahora escucho repetida y me estremece pensar que pensé yo lo mismo pensando en él, cuando yo no sabía más que lo justo al no ser su discípula.

¿Por qué mi primer pensamiento en Alaska fue entonces para él?

Al regresar de Anchorage, dejé mi trabajo en los laboratorios porque había decidido dedicarme a la divulgación de la Naturaleza. Pude comer gracias a que a mi marido no le había dado la misma locura que a mí de dejar su trabajo; pero luego, incluso el regreso a Madrid, se me hizo insoportable, y entonces nos fuimos a vivir al claro de un monte, porque ya no podía vivir, me ahogaba, si no estaba cerca de la tierra, que también es un respirar necesario.

Años después, tuve la fortuna de poder saludar a la viuda de Félix Rodríguez de la Fuente, Marcelle Parmentier. Fue muy amable conmigo al comentarme que había algo en la forma de mirar en la que Félix Rodríguez de la Fuente y yo coincidíamos. No tuve tiempo de preguntarle a qué se refería. Habló de una araña, ese fijarse en la tela de araña. Me sorprendió, pues yo pensaba que Félix Rodríguez de la Fuente miraba más las cosas grandes, la acción, y no un diminuto arácnido haciendo con calma una tela.

Puede que Félix Rodríguez de la Fuente mirase todo. Fue extraordinario. Creó una escuela que supuso tal vez un callejón sin salida para muchos porque Félix es alguien único, irrepetible, extraordinario, inimitable. El mejor divulgador de todos los tiempos de todo el mundo. Ese era. Ese fue. Ese es Félix Rodríguez de la Fuente.

No. Es lo que hubiera dicho de haber respondido yo a esa encuesta. No estudié Biología por Félix Rodríguez de la Fuente. Ni me dediqué a divulgarla por él. Ni creo que miremos de la misma manera.

Pero tenemos en común una frase, un mismo pensamiento, en el mismo lugar, asombrados por la misma belleza, pronunciada casi en susurros, como un rezar a la Naturaleza para que nos lleve para siempre con ella.

¡Qué lugar más hermoso para morir!

Mónica Fernández-Aceytuno
republica.com 13-3-2017

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